Un solo nombre: Feliciano Ayala
Tal vez sean
recuerdos ancestrales
misteriosas y
errantes remembranzas
del alma perdurable
de la tierra
que por sus pueblos
pareciera que habla,
y yo creo escuchar
cuando transito
por esas huellas casi
milenarias
que vieron las
auroras liminares
en los días primeros
de la patria,
cuando todo era un
cumulo de sueños
y un inmenso bagaje
de esperanzas.
De la patria de ayer,
ayer y siempre,
un tanto culta, otro
tanto bárbara,
violenta y sensitiva,
religiosa,
pródiga y –si se
quiere- trágica,
mas la auténtica,
propia, insustituible,
no la aséptica patria
elucubrada.
yo quisiera decir un
solo nombre
y procurar así
sintetizarla
en esas calidades
superiores
que fueran el
fermento de la raza,
de esa raza de
criollos esforzados
que con su sangra la
nación fundaran.
Miliciano, por
fuerza, desde niño,
desde el Sur, la
bárbara acechanza
imponía que el niño
fuese un hombre,
hábil jinete, diestro
en las boleadas,
sabedor de los
riesgos, los secretos
y los peligros de la
inmensa pampa…
Baqueano y
rastreador; siempre soldado,
desde que fuera en el
Fortín Chalanta
aquel portaestandarte
adolescente
certero en correrías
y avanzadas,
hasta ser en sucesos
memorables
de todo Cuyo, la
primera lanza…
Y sin quererlo, ya lo
estoy nombrando
al Comandante
Feliciano Ayala.
¿Quién no supo de él
en la provincia,
cuando el fervor de
sus mejores causas?
Desde La Punta a San José del Morro,
desde La Punilla a
Santa Bárbara,
desde Renca a los
otros caseríos
que fueron siempre de
San Luis el alma,
y hasta en las
irredentas tolderías
de los ranqueles y
los indios pampas…
Vivió también la
guerra fraticida.
La vida entonces se
transforma en drama
y la común bandera se
convierte
en jirones de fe
despedazada.
En Cepeda brillo y en
El Pocito
donde la ley fue
defendida a ultranza
lo mismo que en
Pavón, donde puntanos
con sus caballerías
conquistaran
a fuerza de valor y a
lanza seca
el corazón del campo
de batalla…
Se sabe de Pavón que
instantes antes
a toda voz quiso que
se cantara
la cueca que bailó
Don Pablo Ojeda
mientras las tropas
iban a la carga
dispuestas a morir
por objetivos
que en tenidas, la
Infamia negociara.
Murieron en Pavón,
José Aguilera,
Santos Domínguez,
Belardino Amaya
y otros que los
informes ignoraron
como si no
significase nada…
(¡Duro precio que
impone la derrota!)
Su sangre inútilmente
derramada.
Lo que ocurrió
después, ¡Cristo lo sabe!
No tuvo nunca
explicación honrada,
dominaron la lid los
provincianos
y no obstante mandóse
retirada.
Penosa y desdichada
inconsecuencia
que no redime el
bronce ni la estatua.
Y la victoria se
volvió derrota,
y fue un ocaso el
alba vislumbrada…
Por eso fatalmente
fue la guerra
y nuevamente el
Interior en armas,
pero jamás su
posición más justa
que cuando, como
entonces, dijo: Basta!
¡Basta a la usurpación,
al atropello
y a las ejecuciones a
mansalva
dispuestas por procónsules
ignotos
que a poblados
enteros devastaran!
¿Cómo olvidar “El
Chañaral”, siniestro,
o la horrible masacre
de Las Playas…!
¿Cómo olvidar al
sanguinario Sandes,
al “manco” Iseas, a
los Irrazabal,
y a los otros que
nombrar no quiero,
adalides del odio y
la desgracia…!
Prefiero celebrar el
heroísmo
de El Portezuelo, San
Ignacio y Vargas,
y de aquellos
anónimos puntanos
que ocultó el olvido
como lápida,
por defender la
libertad, la vida,
y nuestra Ley Fundamental
jurada;
y celebrar esa
lealtad inmensa
que vale más que
todas las medallas,
en un nombre nomás,
un solo nombre
que sintetiza la
emoción ahogada,
un solo nombre
multitudinario,
nombre de
inextinguibles resonancias
como aquellas,
vibrantes, de la cueca
que en el Pavón
confederal cantaran
victoriosos jinetes
de mi Pueblo,
nombre de todos:
Feliciano Ayala…!