Hipólito Saá publica en este blog poemas épicos y escritos relacionados con la historia de la provincia de San Luis, de donde es oriundo.

15.6.20

Canto a la Fundación de San Luis

Canto a la Fundación de San Luis


 

Fue sólo un puñado quizás, una treintena

que una fría tarde de agosto, lejana,

al pie de estas sierras del país de Cuyo

sentó sus reales con fe y esperanza.

 

Jofré fundó entonces San Luis de Loyola,

y fue para siempre la heredad puntana.

 

Del acto solemne fue el marco preciso,

el paisaje agreste, la magia serrana,

y el viento salvaje que nos distinguiera

en todo el contorno como un monograma.

 

Y fueron testigos, tal vez expectantes,

quizás recelosos, hijos del Conlara,

pacíficos huarpes, los algarroberos,

y tal vez no pocos belicosos pampas.

 

Su sangre y la sangre de los fundadores

fue el vital cimiento de la idiosincrasia

de esta patria chica que pese al embate

nunca abandonara la Fe y la esperanza.

La Fe y la esperanza cubriendo los días,

los años, los siglos, cubriendo las llagas…

 

Por  que desde entonces vivió resistiendo;

penosas sequías, inmensas distancias,

el bárbaro ataque que de tanto en tanto

todo lo destruía, todo devastaba;

y hasta el Río Seco, vertiente de vida,

que a veces negaba la gracia del agua.

 

Pero aquel puñado se quedó por siempre

con valor, modestia, coraje y templanza,

y de tal raigambre surgió nuestro pueblo,

nacido al conjuro de mil acechanzas;

en la brega siempre, como un solo hombre

por la Patria Grande, por sus justas causas.

 

Fue solo un puñado quizás una treintena.

De algunos el tiempo los nombres rescata:

los Jofré, los Sosa, los Lucio Lucero,

los Díaz Barroso, los Muñoz de Aldana,

los Gomez Isleño y otros, los pioneros,

que con estoicismo por siempre asentaran

al pie de estas sierras, San Luis de Loyola;

con Fe y esperanza, la heredad puntana.

 

Y es tal vez por eso que ante los embates

fuera desde entonces como un atalaya…!


12.6.20

Un solo nombre: Feliciano Ayala



Un solo nombre: Feliciano Ayala

 

Tal vez sean recuerdos ancestrales

misteriosas y errantes remembranzas

del alma perdurable de la tierra

que por sus pueblos pareciera que habla,

y yo creo escuchar cuando transito

por esas huellas casi milenarias

que vieron las auroras liminares

en los días primeros de la patria,

cuando todo era un cumulo de sueños

y un inmenso bagaje de esperanzas.

 

De la patria de ayer, ayer y siempre,

un tanto culta, otro tanto bárbara,

violenta y sensitiva, religiosa,

pródiga y –si se quiere- trágica,

mas la auténtica, propia, insustituible,

no la aséptica patria elucubrada.

yo quisiera decir un solo nombre

y procurar así sintetizarla

en esas calidades superiores

que fueran el fermento de la raza,

de esa raza de criollos esforzados

que con su sangra la nación fundaran.

 

Miliciano, por fuerza, desde niño,

desde el Sur, la bárbara acechanza

imponía que el niño fuese un hombre,

hábil jinete, diestro en las boleadas,

sabedor de los riesgos, los secretos

y los peligros de la inmensa pampa…

 

Baqueano y rastreador; siempre soldado,

desde que fuera en el Fortín Chalanta

aquel portaestandarte adolescente

certero en correrías y avanzadas,

hasta ser en sucesos memorables

de todo Cuyo, la primera lanza…

 

Y sin quererlo, ya lo estoy nombrando

al Comandante Feliciano Ayala.

¿Quién no supo de él en la provincia,

cuando el fervor de sus mejores causas?

Desde  La Punta a San José del Morro,

desde La Punilla a Santa Bárbara,

desde Renca a los otros caseríos

que fueron siempre de San Luis el alma,

y hasta en las irredentas tolderías

de los ranqueles y los indios pampas…

 

Vivió también la guerra fraticida.

La vida entonces se transforma en drama

y la común bandera se convierte

en jirones de fe despedazada.

 

En Cepeda brillo y en El Pocito

donde la ley fue defendida a ultranza

lo mismo que en Pavón, donde puntanos

con sus caballerías conquistaran

a fuerza de valor y a lanza seca

el corazón del campo de batalla…

 

Se sabe de Pavón que instantes antes

a toda voz quiso que se cantara

la cueca que bailó Don Pablo Ojeda

mientras las tropas iban a la carga

dispuestas a morir por objetivos

que en tenidas, la Infamia negociara.

 

Murieron en Pavón, José Aguilera,

Santos Domínguez, Belardino Amaya

y otros que los informes ignoraron

como si no significase nada…

(¡Duro precio que impone la derrota!)

Su sangre inútilmente derramada.

 

Lo que ocurrió después, ¡Cristo lo sabe!

No tuvo nunca explicación honrada,

dominaron la lid los provincianos

y no obstante mandóse retirada.

Penosa y desdichada inconsecuencia

que no redime el bronce ni la estatua.

 

Y la victoria se volvió derrota,

y fue un ocaso el alba vislumbrada…

Por eso fatalmente fue la guerra

y nuevamente el Interior en armas,

pero jamás su posición más justa

que cuando, como entonces, dijo: Basta!

¡Basta a la usurpación, al atropello

y a las ejecuciones a mansalva

dispuestas por procónsules ignotos

que a poblados enteros devastaran!

 

¿Cómo olvidar “El Chañaral”, siniestro,

o la horrible masacre de Las Playas…!

¿Cómo olvidar al sanguinario Sandes,

al “manco” Iseas, a los Irrazabal,

y a los otros que nombrar no quiero,

adalides del odio y la desgracia…!

 

Prefiero celebrar el heroísmo

de El Portezuelo, San Ignacio y Vargas,

y de aquellos anónimos puntanos

que ocultó el olvido como lápida,

por defender la libertad, la vida,

y nuestra Ley Fundamental jurada;

y celebrar esa lealtad inmensa

que vale más que todas las medallas,

en un nombre nomás, un solo nombre

que sintetiza la emoción ahogada,

un solo nombre multitudinario,

nombre de inextinguibles resonancias

como aquellas, vibrantes, de la cueca

que en el Pavón confederal cantaran

victoriosos jinetes de mi Pueblo,

nombre de todos: Feliciano Ayala…!


9.11.12

Romance de la muerte de Pringles


Romance de la muerte de Pringles

La muerte lo sigue a Pringles
en su última patriada;
treinta y cinco años apenas
y la vida se le escapa,
en esa tarde de marzo
como una esperanza vaga.

Lo acosan sus adversarios
y la sed, mientras cabalga
por un desierto paraje
de la llanura puntana:
la pampa del Alto Grande,
del Lince, a poca distancia.

Allí se va retrasando;
el cansancio es otra bala
como ésas que lo persiguen
en la infausta retirada;
y ante el sacrificio inútil
de unos pocos camaradas
que lo acompañan, no duda,
¡Tanta ilusión destrozada!
les ordena que prosigan
y al menos éstos se salvan,
mientras Juan Pascual se queda
sin la menor esperanza.

Desmonta serenamente
y su sable desenvaina,
vertical sobre sí mismo
es de fábula su estampa,
donde su coraje insigne
con su modestia contrasta.

Sus contendientes son muchos,
fácil lo advierte a distancia,
y presintiendo su sino
medita con honda calma.
¡Que inescrutable designio!
¡Qué ironia más amarga!
Sus actuales adversarios
quienes, seguro, lo matan,
no tienen otra bandera,
no poseen otra patria,
y debe haber, entre ellos,
tal vez viejos camaradas
de Junín o de Ayacucho,
o de Moquegua y Torata;
quizás combatieron juntos
por la causa americana
en la mayor de las gestas,
la gesta sanmartiniana…

Y sin embargo esa tarde
su suerte parece echada.

Ya se acerca la partida,
es un hecho que lo atrapan,
en ese instante preciso
piensa en su vida pasada,
en su infancia tan distante,
en su adolescencia sana,
en sus sueños inconclusos
y en su larga militancia;
piensa en el día famoso
que se alistaran Las Chacras
y desde entonces doce años
de estar velando las armas,
por esta tierra que siente
en su mismísima entraña.

¡Qué lástima que la muerte
no lo encontrara en las playas
de Pescadores, el día
de su hazaña extraordinaria!
O en el Perú decisivo,
o en la pampa ecuatoriana,
o en el Brasil combatiendo
por la libertad del Plata,
vencedor y con la gloria
en la punta de su espada!

Y así morir como un mártir
de la epopeya cristiana,
en vez de caer, vencido,
en esta tierra que ama…!

¡Qué pena más infinita
debió sacudir su alma,
mientras El Lince divisa
y su existencia repasa!

Cuando la partida llega,
uno, su sable reclama:
“¡Se lo he de dar a su jefe!”
exclama Pringles y estalla
un estampido en la tarde…
¡A Pringles muerde una bala
rompiendo al caer su sable,
su sable de tanta fama!

Luego lo llevan herido
en un catre de campaña,
y en áquel páramo yermo:
“El Chañaral de las Animas”
muere, lo mismo que Cristo,
clamando también por agua.

Cuando se entera Facundo
de aquel magnicidio, brama,
diciéndole al responsable:
“¡Si no te mato, canalla,
es por no manchar el cuerpo
del héroe de cien batallas!”

¡Vaya a saber en qué cosas
el caudillo meditara!
Quizás en las consecuencias
de esa guerra desdichada,
y aquellos tiempos añora
en que a todos hermanaba
la Bandera de los Andes,
un solo ideal y una causa,
pues largas horas contempla
a Pringles, cuya mortaja
es el poncho que piadoso,
entonces le colocara…

Y en el desolado sitio
junto a un caldén que señala
su sepultura, lo velan
a Pringles, bravías lanzas,
la soledad y el silencio,
los chañares y los talas…

Allá… tras el horizonte,
lo está llorando la Patria…!

31.10.12

De Cantos y Gestas


De Cantos y Gestas


1

Yo quisiera que mi canto
no fuera de quien lo canta
y tuviese el privilegio,
la virtud extraordinaria,
de ser expresión genuina
de mi tierra provinciana.

Quisiera que fuese libre
como este viento que pasa
por el cielo sanluiseño
y a todo el paisaje abarca.
Tolvanera que nos trae
desde una edad milenaria,
remotas reminiscencias
y ancestrales remembranzas.

Quisiera que aquellos seres
cuyos destinos se labran
en la humildad rigurosa
que mi tierra les depara
y que no obstante confían
y creen también, y aguardan,
pensasen al escucharlo:
“Es nuestra, la voz que canta”.

Si ese prodigio ocurriese
mi voz, que no importa nada,
por ser de nadie y de todos
tendría mil resonancias;
se nutriría de voces
hoy perdidas u olvidadas,
de crepúsculos ardidos
y de esa cierta fragancia
que dan al suelo puntano
algarrobales y talas.

Por eso es que yo quisiera
no fueran solo palabras
de aquellas que lleva el viento
cuando no contienen nada;
quisiera –por el contrario-
que como divina gracia
emergiese de la tierra
el canto, como la savia,
y así quedase en el Pueblo
en lo profundo de su alma.

2

Vaya el canto a los fortines
-la epopeya originaria-
que venciendo a los peligros
infinitos de la pampa,
conquistaron día a día
el derecho a la esperanza.

San Lorenzo de El Chañar,
Totoritas o Chalanta,
San José del Bebedero,
El Morro, Charlone o Fraga
jalones de palo a pique
y un horizonte de lanzas.
San Luis, combatiente siempre,
entonces fue un atalaya.
Como cuentas de un rosario
que la memoria desgrana,
el Chorrillero nos dice
de glorias y de desgracias.

Nos dice de los embates
que a La Punta devastaran
desde aquél primer agosto
pletórico de esperanzas,
aunque tambien de zozobras
y frustaciones amargas;
pero San Luis renacía
como el lucero del alba.

3

Le canto a la Independencia
tiempo de tantas hazañas
que al relatarlas parecen
historias imaginarias;
San Lorenzo  -por ejemplo-
y la sangre derramada
por los mártires renqueños
en proporción no igualada.
Y Juan Bautista Baigorria
que en esa misma jornada
preservó, junto a Cabral,
la esperanza americana.

Yo le canto al holocausto
de mi Provincia, que en masa,
dio todo de sí en la gesta
mayor, la sanmartiniana.

Desde Punilla a Mosmota,
desde Renca a Las Quijadas,
los campos quedaron yermos,
su juventud inmolada.

Tres mil quinientos soldados
dio San Luis como si nada;
tres mil quinientos leones
con El Ande a sus espaldas,
y no importó si en la ofrenda
su suerte quedase echada...

4

Después las guerras civiles
y una edad que se desangra
por heridas lacerantes,
que sólo el tiempo restaña.
Se escuchan aún los ecos:
Cepeda, La Rinconada,
Portezuelo o San Ignacio,
Pavón o Pozo de Vargas...

San Luis estuvo presente
y fue el corazón del drama
que compartió con caudillos
de recia y señera estampa.
En la anónimas coplas
que es de los pueblos el alma,
la memoria colectiva
del olvido los resguarda.

Por centenarios caminos,
sus figuras legendarias,
pareciera que aún recorren
palmo a palmo nuestro mapa,
defendiendo a lanza seca
la Ley Federal jurada,
el derecho de los pueblos,
y la unión americana.

5

San Luis continuó más tarde,
en otra magna campaña
que quizás Dios le marcó
como su gloria preclara.

Campaña que no se hizo
con fusiles ni tacuaras,
sino con la inmensa fuerza
del ideal en las almas:
la gesta de los maestros,
la epopeya de las aulas
que se prodigó, cabal,
desde Ushuaia hasta la Quiaca.

6

Por ello es que las carencias
y esa pobreza de que hablan
los que nada han comprendido,
es cuestión sin importancia.

Lo que vale es que has vivido
como nadie haciendo Patria,
viejo San Luis, memorable,
no solo por tus hazañas,
sino por esa modestia
y esa sufrida templanza
que en tu gente ha definido
lo mejor de nuestra raza.

La vida de un pueblo heroico,
ésa es la historia puntana.