Hipólito Saá publica en este blog poemas épicos y escritos relacionados con la historia de la provincia de San Luis, de donde es oriundo.

9.11.12

Romance de la muerte de Pringles


Romance de la muerte de Pringles

La muerte lo sigue a Pringles
en su última patriada;
treinta y cinco años apenas
y la vida se le escapa,
en esa tarde de marzo
como una esperanza vaga.

Lo acosan sus adversarios
y la sed, mientras cabalga
por un desierto paraje
de la llanura puntana:
la pampa del Alto Grande,
del Lince, a poca distancia.

Allí se va retrasando;
el cansancio es otra bala
como ésas que lo persiguen
en la infausta retirada;
y ante el sacrificio inútil
de unos pocos camaradas
que lo acompañan, no duda,
¡Tanta ilusión destrozada!
les ordena que prosigan
y al menos éstos se salvan,
mientras Juan Pascual se queda
sin la menor esperanza.

Desmonta serenamente
y su sable desenvaina,
vertical sobre sí mismo
es de fábula su estampa,
donde su coraje insigne
con su modestia contrasta.

Sus contendientes son muchos,
fácil lo advierte a distancia,
y presintiendo su sino
medita con honda calma.
¡Que inescrutable designio!
¡Qué ironia más amarga!
Sus actuales adversarios
quienes, seguro, lo matan,
no tienen otra bandera,
no poseen otra patria,
y debe haber, entre ellos,
tal vez viejos camaradas
de Junín o de Ayacucho,
o de Moquegua y Torata;
quizás combatieron juntos
por la causa americana
en la mayor de las gestas,
la gesta sanmartiniana…

Y sin embargo esa tarde
su suerte parece echada.

Ya se acerca la partida,
es un hecho que lo atrapan,
en ese instante preciso
piensa en su vida pasada,
en su infancia tan distante,
en su adolescencia sana,
en sus sueños inconclusos
y en su larga militancia;
piensa en el día famoso
que se alistaran Las Chacras
y desde entonces doce años
de estar velando las armas,
por esta tierra que siente
en su mismísima entraña.

¡Qué lástima que la muerte
no lo encontrara en las playas
de Pescadores, el día
de su hazaña extraordinaria!
O en el Perú decisivo,
o en la pampa ecuatoriana,
o en el Brasil combatiendo
por la libertad del Plata,
vencedor y con la gloria
en la punta de su espada!

Y así morir como un mártir
de la epopeya cristiana,
en vez de caer, vencido,
en esta tierra que ama…!

¡Qué pena más infinita
debió sacudir su alma,
mientras El Lince divisa
y su existencia repasa!

Cuando la partida llega,
uno, su sable reclama:
“¡Se lo he de dar a su jefe!”
exclama Pringles y estalla
un estampido en la tarde…
¡A Pringles muerde una bala
rompiendo al caer su sable,
su sable de tanta fama!

Luego lo llevan herido
en un catre de campaña,
y en áquel páramo yermo:
“El Chañaral de las Animas”
muere, lo mismo que Cristo,
clamando también por agua.

Cuando se entera Facundo
de aquel magnicidio, brama,
diciéndole al responsable:
“¡Si no te mato, canalla,
es por no manchar el cuerpo
del héroe de cien batallas!”

¡Vaya a saber en qué cosas
el caudillo meditara!
Quizás en las consecuencias
de esa guerra desdichada,
y aquellos tiempos añora
en que a todos hermanaba
la Bandera de los Andes,
un solo ideal y una causa,
pues largas horas contempla
a Pringles, cuya mortaja
es el poncho que piadoso,
entonces le colocara…

Y en el desolado sitio
junto a un caldén que señala
su sepultura, lo velan
a Pringles, bravías lanzas,
la soledad y el silencio,
los chañares y los talas…

Allá… tras el horizonte,
lo está llorando la Patria…!