Hipólito Saá publica en este blog poemas épicos y escritos relacionados con la historia de la provincia de San Luis, de donde es oriundo.

12.6.20

Un solo nombre: Feliciano Ayala



Un solo nombre: Feliciano Ayala

 

Tal vez sean recuerdos ancestrales

misteriosas y errantes remembranzas

del alma perdurable de la tierra

que por sus pueblos pareciera que habla,

y yo creo escuchar cuando transito

por esas huellas casi milenarias

que vieron las auroras liminares

en los días primeros de la patria,

cuando todo era un cumulo de sueños

y un inmenso bagaje de esperanzas.

 

De la patria de ayer, ayer y siempre,

un tanto culta, otro tanto bárbara,

violenta y sensitiva, religiosa,

pródiga y –si se quiere- trágica,

mas la auténtica, propia, insustituible,

no la aséptica patria elucubrada.

yo quisiera decir un solo nombre

y procurar así sintetizarla

en esas calidades superiores

que fueran el fermento de la raza,

de esa raza de criollos esforzados

que con su sangra la nación fundaran.

 

Miliciano, por fuerza, desde niño,

desde el Sur, la bárbara acechanza

imponía que el niño fuese un hombre,

hábil jinete, diestro en las boleadas,

sabedor de los riesgos, los secretos

y los peligros de la inmensa pampa…

 

Baqueano y rastreador; siempre soldado,

desde que fuera en el Fortín Chalanta

aquel portaestandarte adolescente

certero en correrías y avanzadas,

hasta ser en sucesos memorables

de todo Cuyo, la primera lanza…

 

Y sin quererlo, ya lo estoy nombrando

al Comandante Feliciano Ayala.

¿Quién no supo de él en la provincia,

cuando el fervor de sus mejores causas?

Desde  La Punta a San José del Morro,

desde La Punilla a Santa Bárbara,

desde Renca a los otros caseríos

que fueron siempre de San Luis el alma,

y hasta en las irredentas tolderías

de los ranqueles y los indios pampas…

 

Vivió también la guerra fraticida.

La vida entonces se transforma en drama

y la común bandera se convierte

en jirones de fe despedazada.

 

En Cepeda brillo y en El Pocito

donde la ley fue defendida a ultranza

lo mismo que en Pavón, donde puntanos

con sus caballerías conquistaran

a fuerza de valor y a lanza seca

el corazón del campo de batalla…

 

Se sabe de Pavón que instantes antes

a toda voz quiso que se cantara

la cueca que bailó Don Pablo Ojeda

mientras las tropas iban a la carga

dispuestas a morir por objetivos

que en tenidas, la Infamia negociara.

 

Murieron en Pavón, José Aguilera,

Santos Domínguez, Belardino Amaya

y otros que los informes ignoraron

como si no significase nada…

(¡Duro precio que impone la derrota!)

Su sangre inútilmente derramada.

 

Lo que ocurrió después, ¡Cristo lo sabe!

No tuvo nunca explicación honrada,

dominaron la lid los provincianos

y no obstante mandóse retirada.

Penosa y desdichada inconsecuencia

que no redime el bronce ni la estatua.

 

Y la victoria se volvió derrota,

y fue un ocaso el alba vislumbrada…

Por eso fatalmente fue la guerra

y nuevamente el Interior en armas,

pero jamás su posición más justa

que cuando, como entonces, dijo: Basta!

¡Basta a la usurpación, al atropello

y a las ejecuciones a mansalva

dispuestas por procónsules ignotos

que a poblados enteros devastaran!

 

¿Cómo olvidar “El Chañaral”, siniestro,

o la horrible masacre de Las Playas…!

¿Cómo olvidar al sanguinario Sandes,

al “manco” Iseas, a los Irrazabal,

y a los otros que nombrar no quiero,

adalides del odio y la desgracia…!

 

Prefiero celebrar el heroísmo

de El Portezuelo, San Ignacio y Vargas,

y de aquellos anónimos puntanos

que ocultó el olvido como lápida,

por defender la libertad, la vida,

y nuestra Ley Fundamental jurada;

y celebrar esa lealtad inmensa

que vale más que todas las medallas,

en un nombre nomás, un solo nombre

que sintetiza la emoción ahogada,

un solo nombre multitudinario,

nombre de inextinguibles resonancias

como aquellas, vibrantes, de la cueca

que en el Pavón confederal cantaran

victoriosos jinetes de mi Pueblo,

nombre de todos: Feliciano Ayala…!


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